Él dice que soy cruel. Pero cruel es el tiempo que corre sin darnos tregua y la razón que se interpone para buscarle una explicación a cada sentimiento. Yo sólo me enredo tratando de explicar que a veces quiero besarlo y otras no, aunque siempre lo recuerdo. Entonces él se enoja y su mirada, que revela el secreto mejor oculto, me vuelve a desafiar.
El desafío es sacar conclusiones. Sobre todo cuando la distancia, que en la vida real ya es lo suficientemente distante como para dudar, se acentúa. Cuando hay de por medio océanos e idiomas y me encierro con cigarettes and alcohol en mi torre de marfil, impenetrable como mi pecho, el recuerdo de ella se vuelve un interrogante. ¿Qué tan lejos puede llegar una duda, sin aviones ni trenes ni barcos como medio de transporte?
Y en la distancia se desvanece el desafío, las conclusiones y su crueldad. Ese es el problema de los besos que quedan a mitad de camino. Ella lo había anticipado, pero él no la escuchó. Y ensimismado, como siempre, con su océano y su pecho impenetrable, tampoco vio pasar el último tren.
Pero como cuando no tienes nada, no tienes nada que perder, ambos saben, los dos sabemos, que las deudas que no se saldan son un bumerang. Y que las conversaciones entre un sordo y un mudo son cosa de locos. Si ya escribieron vos, yo, mi otro yo y ella las instrucciones para la locura, ¿Qué impide ahora correr el tren que creímos perdido? Lo esperé mucho más tiempo del que ella fuera capaz de imaginar. Ella dice que estuve indiferente. Pero diferente es la manera en que nos leimos las miradas. Espero que a la vuelta de la vuelta, entre las playas, el norte, el Sur y el Noroeste, coincidamos de nuevo en algún rincón. Aunque tengan que pasar, mientras nos decidimos en la parada del 45, diez colectivos, un transatlántico y quince aviones de guerra.
AC/RT
De la Compañía Nórdica Titubeante de Idiotas y Genios Ocultos.
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