jueves, 30 de septiembre de 2010

SONETO --- Manuel Acuña



Porque dejaste el mundo de dolores
buscando en otro cielo la alegría
que aquí, si nace, sólo dura un día
y eso entre sombras, dudas y temores.

Porque en pos de otro mundo y de otras flores
abandonaste esta región sombría,
donde tu alma gigante se sentía
condenada a continuos sinsabores.

Yo vengo a decir mi enhorabuena
al mandarte la eterna despedida
que de dolor el corazón me llena;

Que aunque cruel y muy triste tu partida,
si la vida a los goces es ajena,
mejor es el sepulcro que la vida.


miércoles, 22 de septiembre de 2010

Pedacito de mar


 

Miré alrededor y como nadie me estaba observando no dudé en robarme un pedacito de mar y guardarlo en mi bolsillo. Mi mamá siempre dice que "vergüenza es robar y que te vean", así que ni tuve que ponerme colorada. El problema fue que el mar estaba un poco apretado. Por momentos se asomaba y tenía que cubrirlo con la mano o ponerme la mochila de lado para que no se escape. Al mismo tiempo debía controlar la sonrisa delatora que se había apoderado de mi cara ante tamaña locura. No sólo estaba faltando a uno de los diez mandamientos y cometiendo un acto delictivo, sino que estaba entusiasmada de hacerlo y la adrenalina recorría mis venas aumentando los latidos sin precedentes. El corazón por la boca, como dicen. Sentía que todo el mundo escuchaba ese bombeo descontrolado. Entonces empecé a cantar para disimular el ruido cronometrado que no dejaba de sonar. Pero nunca fui buena para desenvolver muchas actividades al mismo tiempo: caminar, cantar, escuchar mi corazón y el pedacito de mar que seguía amenazando con frustrar mi objetivo. Sin embargo, la suerte estaba echada y, sin saberlo, estaba echada a mi favor. Cuatro chicos que estaban jugando al tejo a metros de la orilla me miraron con recelo cuando pasé cantando y con la mano tapando el bolsillo, pero bastó mi sonrisa de niña para disipar las sospechas. Así también un hombre que estaba pescando lanzó una mirada fulminante para callar la voz que estaba ahuyentando sus presas, pero evadí su fusil y seguí mi paso a ritmo con esa ansiedad que te consume al acercarte a la gran meta. Al alejarme de la playa, saqué el pedacito de mar de mi bolsillo para asegurarme de no haberlo aplastado a causa de los nervios. Estaba en perfectas condiciones. ¡Qué emoción! En sólo media hora había conseguido lo que ninguna religión, invento tecnológico ni algún loco científico lograron hasta el momento: la fórmula de la felicidad. Llegué a casa cuando el viento terminó de secar mis lágrimas, puse el pedacito de mar bajo la almohada y prometí atesorarlo en secreto para siempre. A veces hay que ser un poco egoísta para ser feliz.



FOTO: ROCÍO TROYÓN.

martes, 21 de septiembre de 2010

Perfecta Primavera





Ahora que los libros besan, que las bocas abrazan y las palabras no aturden. Ahora que cada domingo es viernes, que el ocio es la rutina más preciada y las tardes son la antesala de la aventura. Ahora que los sueños no son imposibles, que los proyectos se vuelven tangibles y las promesas parecen sinceras. Ahora que la sonrisa es rutina, que los versos no lastiman y la mirada está entera. Ahora que no hay días grises, que las penas no existen y el mar no es la escollera. Ahora que no hay inviernos en primavera. Ahora la primavera es perfecta.



FOTO: ROCÍO TROYÓN

sábado, 11 de septiembre de 2010

Conclusión I


 La cultura determina al hombre de tal modo que sólo puede reconocer que está enamorado cuando imagina al otro, la casa, los hijos y el perro.


jueves, 9 de septiembre de 2010

Maldita obsesión

Los amores de película pueden hacerse realidad,
lo sospeché cuando descubrí tu mirada
 y ahora lo confirmo en cada beso.



martes, 7 de septiembre de 2010

La Resistencia --- Ernesto Sabato

Cuando somos sensibles, cuando nuestros poros no están cubiertos de las implacables capas, la cercanía con la presencia humana nos sacude, nos alienta, comprendemos que es el otro el que siempre nos salva. Y si hemos llegado a la edad que tenemos es porque otros nos han ido salvando la vida, incesantemente. A los años que tengo hoy, puedo decir, dolorosamente, que toda vez que nos hemos perdido un encuentro humano algo quedó atrofiado en nosotros, o quebrado. Muchas veces somos incapaces de un genuino encuentro porque sólo reconocemos a los otros en la medida que definen nuestro ser y nuestro modo de sentir, o que nos son propicios a nuestros proyectos.


¡Cuántas lágrimas hay detrás de las máscaras! ¡Cuánto más podría el hombre llegar al encuentro con otro hombre, el supremo bien, si nos acercáramos los unos a los otros como necesitados que somos, en lugar de figurarnos fuertes! Si dejáramos de mostrarnos autosuficientes y nos atreviéramos a reconocer la gran necesidad del otro que tenemos para seguir viviendo, como muertos de sed que somos en verdad, ¡cuánto mal podría ser evitado! 



lunes, 6 de septiembre de 2010

Mi barrio

Mi barrio tiene algo especial, siempre lo supe. Por las mañanas me despierta un concierto gratuito de pájaros que juegan en el árbol que está junto a mi ventana. Los domingos pasa el churrero, eso sí, sólo cuando tiene ganas de trabajar, lo que suele ser una vez al mes. También el diariero, quien después de 13 años, todavía no entiende que arrojar el periódico cual lanzador de jabalina equivale a un 0% de probabilidades de que llegue a destino en condiciones. Otro personaje trascendente es el comprador de cualquier cosa, quien pretende adquirir sillas, lavarropas, cocinas, heladeras y mesas vociferando un reiterativo “COMPRO TODO” con su odioso megáfono que despierta a todos los vecinos por las mañanas. Tampoco falta el sodero que se atreve a saludar con un beso hasta al rottweiler del vecino con tal de encajarle un bidón de agua. De todos, mi preferido es el cartero. Siempre me llamó la atención esa vocación, y digo vocación porque no cualquiera puede desempeñar tamaña responsabilidad. Hay que ser dueño de una gran discreción para no tentarse con la correspondencia ajena. Debo confesarlo, yo no podría ejercer tal tarea con el debido profesionalismo.
Así es vivir en un barrio peronista, y eso me encanta. El tiempo se detuvo en algún momento, un mundo aparte, diferente a todos los demás barrios que conozco, donde el promedio de edad de los vecinos es de 65 años y eso de encontrar el amor a la vuelta de la esquina es una utopía. Y lo mejor son los días soleados, le sientan a la perfección. Sobre todo ahora que arreglaron la placita de los 420; y que viene la primavera y abre la heladería en la que los sabores más exóticos y alocados son: el dulce de leche con nuez, el chocolate blanco y la crema rusa, tres de mis diez preferidos. En cambio, los días de lluvia se ve triste, pero conserva ese algo especial, cierta melancolía. Los vecinos se refugian en sus casas con techos de tejas coloradas; y únicamente salen para ir al supermercado chino o al coreano, donde se disputan precios y calidades, aunque ya todos sabemos quién es quién. La librería es otro de los lugares con historia, al menos para mí, ya que ahí resulté ganadora de un sorteo por primera y última vez hasta hoy. Fue en 1998 y todavía tengo la plasticola de 200 mililitros que integraba el kit de útiles escolares. El gimnasio es el local más reciente -se instaló hace cinco años-, y tres clases de aeróbica me bastaron para reconocer que en plena juventud tengo menos estado físico que una señora con cuatro hijos que ya es abuela.
Sin dudas, lo más perverso y repudiable de mi barrio se oculta en la esquina de Vernet y Siciliano, a sólo dos cuadras y media de mi casa, justo en la esquina donde para el 541, colectivo que atesora mis primeros viajes sola, a los 13 años, el pasaje de la libertad como abstracción a la libertad plácida y palpable: uno de los momentos más transcendentes en la vida de un ser humano. En esa misma esquina todavía quedan restos del horror, y lo peor es que aún mucha gente no sabe qué es, qué pasó, qué hicieron. Cada vez que paso por ahí siento un escalofrío en todo el cuerpo, una mezcla de angustia e incertidumbre que alimenta mis ganas de cambiar el presente.