lunes, 28 de febrero de 2011

Probablemente lo haya balbuceado en alguna despedida, pero no me mirás.
No me miraste cuando me di vuelta.


domingo, 27 de febrero de 2011

Alma desnuda --- Alfonsina Storni


Soy un alma desnuda en estos versos,
Alma desnuda que angustiada y sola
va dejando sus pétalos dispersos.

Alma que puede ser una amapola,
que puede ser un lirio, una violeta,
un peñasco, una selva y una ola.

Alma que como el viento vaga inquieta
y ruge cuando está sobre los mares,
y duerme dulcemente en una grieta.

Alma que adora sobre sus altares,
Dioses que no se bajan a cegarla;
Alma que no conoce valladares.

Alma que fuera fácil dominarla
con sólo un corazón que se partiera
para en su sangre cálida regarla.

Alma que cuando está en la primavera
dice al invierno que demora: vuelve,
caiga tu nieve sobre la pradera.

Alma que cuando nieva se disuelve
en tristezas, clamando por las rosas
con que la primavera nos envuelve.

Alma que a ratos suelta mariposas
a campo abierto, sin fijar distancia,
y les dice: libad sobre las cosas.

Alma que ha de morir de una fragancia
de un suspiro, de un verso en que se ruega,
sin perder, a poderlo, su elegancia.

Alma que nada sabe y todo niega
Y negando lo bueno el bien propicia
porque es negando como más se entrega.

Alma que suele haber como delicia
palpar las almas, despreciar la huella,
y sentir en la mano una caricia.

Alma que siempre disconforme de ella,
como los vientos vaga, corre y gira;
Alma que sangra y sin cesar delira
por ser el buque en marcha de la estrella.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Tres cartas... y un pie --- Horacio Quiroga

"Señor:
"Me permito enviarle estas líneas, por si usted tiene la amabilidad de publicarlas con su nombre. Le hago este pedido porque me informan de que no las admitirían en un periódico, firmadas por mí. Si le parece, puede dar a mis impresiones un estilo masculino, con lo que tal vez ga­narían.




"Mis obligaciones me imponen tomar dos veces por día el tranvía, y hace cinco años que hago el mismo recorrido. A veces, de vuelta, regreso con algunas compañeras, pero de ida voy siempre sola. Tengo veinte años, soy alta, no flaca y nada trigueña. Tengo la boca un poco grande, y poco pálida. No creo tener los ojos pequeños. Este conjunto, en apreciaciones negativas, como usted ve, me basta, sin embargo, para juzgar a muchos hombres, tantos que me atrevería a decir a todos.
"Usted sabe también que es costumbre en ustedes, al disponerse a su­bir al tranvía, echar una ojeada hacia adentro por las ventanillas. Ven así todas las caras (las de mujeres, por supuesto, porque son las únicas que les interesan). Después suben y se sientan.
"Pues bien; desde que el hombre desciende de la vereda, se acerca al coche y mira adentro, yo sé perfectamente, sin equivocarme jamás, qué cla­se de hombre es. Sé si es serio, o si quiere aprovechar bien los diez centa­vos, efectuando de paso una rápida conquista. Conozco en seguida a los que quieren ir cómodos, y nada más, y a los que prefieren la incomodidad al la­do de una chica.
"Y cuando el asiento a mi lado está vacío, desde esa mirada por la ven–' tanilla sé ya perfectamente cuáles son los indiferentes que se sentarán en cualquier lado; cuáles los interesados (a medias) que después de sentarse volverán la cabeza a medirnos tranquilamente; y cuáles los audaces, por fin, que dejarán en blanco siete asientos libres para ir a buscar la incomodidad a mi lado, allá en el fondo del coche.
"Estos son, por supuesto, los más interesantes. Contra la costumbre general de las chicas que viajan solas, en vez de levantarme y ofrecer el si­tio interior libre, yo me corro sencillamente hacia la ventanilla, para dejar amplio lugar al importuno.
"¡Amplio lugar!... Esta es una simple expresión. jamás los tres cuartos de asiento abandonados por una muchacha a su vecino le son su­ficientes. Después de moverse y removerse a su gusto, le invade de pronto una inmovilidad extraordinaria, a punto de creérsele paralítico. Esto es una simple apariencia; porque si una persona lo observa desconfiando de esa inmovilidad, nota que el cuerpo del señor, insensiblemen­te, con una suavidad que hace honor a su mirada distraída, se va desli­zando poco a poco por un plano inclinado hacia la ventanilla, donde es­tá precisamente la chica que él no mira ni parece importarle absoluta­mente nada.
"Así son: podría jurarse que están pensando en la luna. Entre tanto, el pie derecho (o el izquierdo) continúa deslizándose imperceptiblemente por el plano inclinado.
"Confieso que en estos casos tampoco me aburro. De una simple ojea­da, al correrme hacia la ventanilla, he apreciado la calidad de mi preten­diente. Sé si es un audaz de primera instancia, digamos, o si es de los real­mente preocupantes. Sé si es un buen muchacho, o si es un tipo vulgar. Si es un ladrón de puños, o un simple raterillo; si es un seductor (el seduisant, no seducteur, de los franceses), o un mezquino aprovechador.
"A primera vista parecería que en el acto de deslizar subrepticiamen­te el pie con cara de hipócrita no cabe sino un ejecutor: el ratero. No es así, sin embargo, y no hay chica que no lo haya observado. Cada tipo requiere una defensa especial; pero casi siempre, sobre todo si el muchacho es muy joven o está mal vestido, se trata de un raterillo.  "La táctica de éste no varía jamás. Primero de todo, la súbita inmovi­lidad y el aire de pensar en la luna. Después, una fugaz ojeada a nuestra persona, que parece detenerse en la cara, pero cuyo fin exclusivo ha sido apreciar al paso la distancia que media entre su pie y el nuestro. Obtenido el dato, comienza la conquista.
"Creo que haya pocas cosas más divertidas que esta maniobra de us­tedes, cuando van alejando su pie en discretísimos avances de taco y de punta, alternativamente. Ustedes, es claro, no se dan cuenta; pero este mo­nísimo juego de ratón, con botines cuarenta y cuatro, y allá arriba, cerca del techo, una cara bobalicona (por la emoción seguramente), no tiene parangón con nada de lo que hacen ustedes, en cuanto a ridiculez.
"Dije también que yo no me aburría en estos casos. Y mi diversión consiste en lo siguiente: desde el momento en que el seductor ha aprecia­do con perfecta exactitud la distancia a recorrer con el pie, raramente vuel­ve a bajar los ojos. Está seguro de su cálculo, y no tiene para qué ponernos en guardia con nuevas ojeadas. La gracia para él está, usted lo comprende­rá bien, en el contacto y no en la visión.
"Pues bien: cuando la amable persona está a medio camino, yo co­mienzo la maniobra que él ejecutó, con igual suavidad e igual aire distraí­do de estar pensando en mi muñeca. Solamente que en dirección inversa. No mucho: diez centímetros son suficientes.
"Es de verse, entonces, la sorpresa de mi vecino cuando al llegar por fin al lugar exactamente localizado, no halla nada; su botín cuarenta y cua­tro está perfectamente solo. Es demasiado para él; echa una ojeada al piso, primero, y a mi cara luego. Yo estoy siempre con el pensamiento a mil le­guas, soñando con mi muñeca; pero el tipo se da cuenta.
"De diecisiete veces (y marco este número con conocimiento de cau­sa), quince, el incómodo señor no insiste más. En los dos casos restantes tengo que recurrir a una mirada de advertencia. No es menester que la expresión de esta mirada sea de imperio, ofensa o desdén: basta con que el movimiento de la cabeza sea en su dirección, hacia él, pero sin mirar­lo. El encuentro con la mirada de un hombre que por casualidad puede haber gustado real y profundamente de nosotros, es cosa que conviene siempre evitar en estos casos. En un raterillo puede haber la pasta de un ladrón peligroso, y esto lo saben los cajeros de grandes caudales, y las muchachas no delgadas, no trigueñas, de boca no chica y ojos no peque­ños, como su segura servidora,
M. R."

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"Señorita:
"Muy agradecido a su amabilidad. Firmaré con mucho gusto sus impre­siones, como usted lo desea. Tendría, sin embargo, mucho interés, y exclusi­vamente como coautor, en saber lo siguiente: Aparte de los diecisiete casos concretos que usted anota, ¿no ha sentido usted nunca el menor enterneci­miento por algún vecino alto o bajo, rubio o trigueño, gordo o flaco? ¿No ha tenido jamás un vaguísimo sentimiento de abandono –el más vago posi­ble– que le volviera particularmente pesado y fatigoso el alejamiento de su propio pie?
"Es lo que desearía saber, etcétera.                                                                         H. Q."
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"Señor:
"Efectivamente, una vez, una sola vez en mi vida, he sentido este enter­necimiento por una persona, o esta falta de fuerza en el pie a que usted se re­fiere. Esa persona era usted. Pero usted no supo aprovecharlo.
M. R."

domingo, 20 de febrero de 2011

Desencuentro II


Nuestras bocas se mantienen en constante desencuentro y esa es la excusa perfecta para que esto funcione. Y esto funciona siempre y cuando no intentemos buscarle explicaciones ni ponerle un nombre. En cuanto existe la más remota posibilidad de que nuestras bocas se aproximen, se rocen, se respiren, nos sentimos en la cuerda floja. Es así, vos lo sabés y yo también.


viernes, 18 de febrero de 2011

Extraído de La Sombra del Viento --- Carlos Ruiz Zafón


-Creí que no ibas a venir- dijo Bea.
-Eso mismo pensaba yo- repuse.
Permaneció sentada, muy erguida, con las rodillas apretadas y las manos recogidas sobre el regazo. Me pregunté cómo era posible sentir a alguien tan lejos y, sin embargo, poder leer cada pliegue de sus labios.
-He venido porque quiero demostrarte que estabas equivocado en lo que me dijiste el otro día, Daniel. Que me voy a casar con Pablo y que no importa lo que me enseñes esta noche, me voy a El Ferrol con él tan pronto acabe el servicio.
La miré como se mira a un tren que se escapa. Me di cuenta de que había pasado dos días caminando sobre nubes y se me cayó el mundo de las manos.
-Y yo que pensaba que habías venido porque te apetecía verme.- Sonreí sin fuerzas.
Observé que se le inflamaba el rostro de reparo.
-Lo decía en broma- mentí-. Lo que sí iba en serio era mi promesa de enseñarte una cara de la ciudad que no has visto todavía. Al menos, así tendrás un motivo para acordarte de mí, o de Barcelona, dondequiera que vayas.
Bea sonrió con cierta tristeza y evitó mi mirada.
-He estado a punto de meterme en un cine, ¿sabes? Para no verte hoy- dijo.
-¿Por qué?
Bea me observaba en silencio. Se encogió de hombros y alzó los ojos como si quisiera cazar palabras al vuelo que se le escapaban.
-Porque tenía miedo de que a lo mejor tuvieses razón- dijo finalmente.
Suspiré. Nos amparaba el anochecer y aquel silencio de abandono que une a los extraños, y me sentí con valor de decir cualquier cosa, aunque fuese por última vez.
-¿Le quieres o no?
Me ofreció una sonrisa que se deshacía por las costuras.
-No es asunto tuyo.
-Eso es verdad- dije. Es asunto sólo tuyo.
Se le enfrío la mirada.
-¿Y a ti qué más te da?
-No es asunto tuyo- dije.
No sonrió. Le temblaban los labios.
-La gente que me conoce sabe que aprecio a Pablo. Mi familia y...
-Pero yo casi soy un extraño- interrumpí-. Y me gustaría oírlo de ti.
-¿Oír el qué?
-Que le quieres de verdad. Que no te casas con él para salir de tu casa, o para dejar Barcelona y a tu familia lejos, donde no puedan hacerte daño. Que te vas y no que huyes.
Los ojos le brillaban con lágrimas de rabia.
-No tienes derecho a decirme eso, Daniel. Tú no me conoces.
-Dime que estoy equivocado y me iré. ¿Le quieres?
Nos miramos un largo rato en silencio.
-No lo sé- murmuró por fin. No lo sé.
-Alguien dijo una vez que en el momento en que te paras a pensar si quieres a alguien, ya has dejado de quererle para siempre- dije.
Bea buscó la ironía en mi rostro.
-¿Quién dijo eso?
-Un tal Julián Carax.
-¿Amigo tuyo?
Me sorprendí a mí mismo asintiendo.
-Algo así.

jueves, 17 de febrero de 2011

Scarlett



Todavía recuerdo tu cara el día que lo confesé, aunque nunca te preocupó demasiado. Pensabas que era una solución sacada de la galera para espantar el frío que se había apoderado de nuestra cama tras 20 años de matrimonio fiel. “Estoy enamorada de Scarlett Johansson”, dije. Vos no me creíste hasta que armé las valijas y me fui.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Adiós




De un tiempo a esta parte, sin saber cómo ni cuándo, aprendí a desprenderme de todo lo que desgarraba mi alma en cada amanecer. Aprendí a alejarme de los fantasmas y también de los recuerdos que invadían los recovecos de esa habitación que jamás habitaste. La tarea fue más simple de lo que esperaba, aunque de vez en cuando intentes conmocionar ese corazón que no cuidaste, ese corazón que ya no está ni volverá a ser lo que fue.

martes, 15 de febrero de 2011

lunes, 14 de febrero de 2011

Amanecida --- Julia de Burgos


Soy una amanecida del amor?

Raro que no me sigan centenares de pájaros
picoteando canciones sobre mi sombrilla blanca.
(Será que van cercando, en vigilia de nubes,
la claridad inmensa donde avanza mi alma).

Raro que no me carguen pálidas margaritas
por la ruta amorosa que han tomado mis alas.
(Será que están llorando a su hermana más triste,
que en silencio se ha ido a la hora del alba).

Raro que no me vista de novia la más leve
de aquellas brisas suaves que durmieron mi infancia.
(Será que entre los árboles va enseñando a mi amado
los surcos inocentes por donde anduve, casta?)

Raro que no me tire su emoción el rocío,
en gotas donde asome risueña la mañana.
(Será que por el surco de angustia del pasado,
con agua generosa mis decepciones baña).

Soy una amanecida del amor?

En mí cuelgan canciones y racimos de pétalos,
y muchos sueños blancos, y emociones aladas.

Raro que no me entienda el hombre, conturbado
por la mano sencilla que recogió mi alma.
(Será que en él la noche se deshoja más lenta,
o tal vez no comprenda la emoción depurada?)


viernes, 11 de febrero de 2011

Volver




Volver de un viaje sin rumbos y empezar otra vez. Volver y revivir cada sueño en sueños intermitentes y reiterativos: el agua, las montañas y la soledad del desierto. Volver y sentir de otra forma, pensar de otra manera y recordarte como nunca. Volver tras haberme encontrado sin buscarme y empezar otra vez. Nuevamente, un viaje sin rumbos. ¿Dónde iré a parar? Quizás tu mirada, la mirada de un extraño, sea la respuesta a las preguntas que me hago día a día.

jueves, 10 de febrero de 2011

Extraído de La Caverna --- José Saramago

"...Un hecho es lo que el día trae, otro hecho es lo que nosotros, por nosotros mismos, le aportamos, La víspera, No entiendo lo que quiere decir, La víspera es lo que aportamos a cada día que vamos viviendo, la vida es acarrear vísperas como quien acarrea piedras, cuando ya no podemos con la carga se acaba el transporte, el último día es el único al que no se le puede llamar víspera..."



"...Las expectativas hacen algo más que anular las sorpresas, embotan las emociones, las banalizan, todo lo que se deseaba o temía ya había sido vivido mientras se deseó o temió..."


sábado, 5 de febrero de 2011

Vivir el presente



Me desperté y entendí que por primera vez estaba viviendo el presente. Un presente de felicidades inmediatas, amigos y amores sin nombre. Por primera vez no estaba pensando en un futuro que tal vez nunca llegue. Miré el reloj y disfruté ver pasar los segundos y minutos como el oleaje de un mar cálido que te invita a zambullirte sin titubear. Dejé de proyectarme y me acepté como soy y me gusté como soy: rencorosa y demasiado soñadora. No sé cuánto durará esta vida, pero vale la pena sólo por este día en que desperté y entendí que por primera vez estoy viviendo el presente.


FOTO: ROCÍO TROYÓN

jueves, 3 de febrero de 2011

San Telmo es todo y es nada



Él dice que soy cruel. Pero cruel es el tiempo que corre sin darnos tregua y la razón que se interpone para buscarle una explicación a cada sentimiento. Yo sólo me enredo tratando de explicar que a veces quiero besarlo y otras no, aunque siempre lo recuerdo. Entonces él se enoja y su mirada, que revela el secreto mejor oculto, me vuelve a desafiar.
El desafío es sacar conclusiones. Sobre todo cuando la distancia, que en la vida real ya es lo suficientemente distante como para dudar, se acentúa. Cuando hay de por medio océanos e idiomas y me encierro con cigarettes and alcohol en mi torre de marfil, impenetrable como mi pecho, el recuerdo de ella se vuelve un interrogante. ¿Qué tan lejos puede llegar una duda, sin aviones ni trenes ni barcos como medio de transporte?
Y en la distancia se desvanece el desafío, las conclusiones y su crueldad. Ese es el problema de los besos que quedan a mitad de camino. Ella lo había anticipado, pero él no la escuchó. Y ensimismado, como siempre, con su océano y su pecho impenetrable, tampoco vio pasar el último tren.
Pero como cuando no tienes nada, no tienes nada que perder, ambos saben, los dos sabemos, que las deudas que no se saldan son un bumerang. Y que las conversaciones entre un sordo y un mudo son cosa de locos. Si ya escribieron vos, yo, mi otro yo y ella las instrucciones para la locura, ¿Qué impide ahora correr el tren que creímos perdido? Lo esperé mucho más tiempo del que ella fuera capaz de imaginar. Ella dice que estuve indiferente. Pero diferente es la manera en que nos leimos las miradas. Espero que a la vuelta de la vuelta, entre las playas, el norte, el Sur y el Noroeste, coincidamos de nuevo en algún rincón. Aunque tengan que pasar, mientras nos decidimos en la parada del 45, diez colectivos, un transatlántico y quince aviones de guerra.


AC/RT
De la Compañía Nórdica Titubeante de Idiotas y Genios Ocultos.

martes, 1 de febrero de 2011

La vida en besos





Ahora que mido 
los días en besos,
las historias en besos,
mis ganas en besos,
el futuro en besos,
todo sabe a incertidumbre.
Ahora que mido
la vida en besos,
todo sabe más dulce.