martes, 30 de noviembre de 2010

Ser

Quiero lanzarme al mundo, arrojarme de un puente y flotar sobre el mar. Sentir que el viento me acaricia la cara. Quiero decirte adiós con una sola lágrima como símbolo de la esperanza de volverte a encontrar en algún tiempo y algún lugar. Quiero soltar las riendas de esta vida que me ata y me da felicidad con cuentagotas. ¿Quién quiere felicidad con cuentagotas? Yo quiero todo o nada, sin rodeos. Quiero que el mundo se despierte y salga a bailar por las calles, que las calles sean olas de gente, una gran murga invadida de colores y ruidos armónicos. Quiero esas olas, que las olas me lleven como el viento en la cara a lugares desconocidos al menos por un segundo. Quiero que me despidas con entereza, que me veas partir como el marinero deja su hogar para ver faros, costas y puertos sin melancolía. Quiero librarme de este injusto descontento que repliega mi corazón hasta consumirlo. Quiero que alguien me entienda, que surta efecto mi discurso, que no me tilden de rara, loca o especial. Quiero que el cielo amanezca soleado cada día, cada día tener la certeza de que voy a llegar a ser.



miércoles, 24 de noviembre de 2010

Día para el olvido


Los días para el olvido deberían estar incluidos en el calendario: lunes, martes, día para el olvido, miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo. Tendrían que variar semana a semana y no repetirse mes a mes, es decir, si un día para el olvido en los primeros días de mayo cae tras el lunes debe, necesariamente, evitar caer ese mismo día en junio. Podría ser hasta una cuestión solar o lunar; y aunque aún no esté comprobado, es seguro que así se garantizaría la ruptura de la odiosa rutina semanal que tanto agobia a los humanos.
El día para el olvido es como un domingo de lluvia, deprimente, triste, melancólico, angustioso. Ese domingo en que resucitan todos los fantasmas y la cabeza se vuelve un ping-pong de preguntas sin respuestas. Hay claves que profundizan la tendencia a estos días: dormir mal, encontrar la heladera vacía, tener frío, despertarse por culpa de una discusión subida de tono, reproducir la discusión al quejarse de la misma y el corte de luz indeterminado y sin velas. Estas señales pueden producirse conjuntamente o no y hasta provocar efectos colaterales según el temperamento de cada uno. Por eso, los días para el olvido se recomienda permanecer en cama durante largas horas, leer, mirar una película y tratar de despejar la mente con cualquier pavada que encuentre a mano. Hoy, mejor hacer borrón y cuenta nueva. Mañana será otro día.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Instrucciones para asesinar a su suegra




Lo más importante a la hora de planificar cómo asesinar a su suegra es pensar previamente en todos aquellos indicios que deberá atender en la escena del crimen para no dejar rastros del delito. Teniendo en cuenta que usted es un inexperto en la materia de quitar vida a otro ser humano, porque aunque la madre de su esposa/o se asemeje más a un animal rastrero se incluye dentro de esta categoría según la cadena trófica, es preciso elaborar un detalle pormenorizado de cada una de las acciones a llevar a cabo. Antes de concretar el gran golpe, es necesario mantener durante meses e incluso años una relación estrecha para erradicar cualquier tipo de sospecha primaria. El segundo esfuerzo imprescindible será fijar una salida típica que se inscriba dentro de la tradición familiar. Según el Manual de Asesinos en Serie II, lo aconsejable es que se seleccione un zoológico. Planifique el paseo un día de semana para cerciorarse que el lugar no esté colmado de visitantes y así poder efectuar su tarea sin mayores obstáculos. Es importante que también evalúe la posibilidad de realizarlo en invierno para que el uso de guantes pase desapercibido. Además, el frío reduce el olor a descomposición de los cuerpos muertos, sobre todo cuando son de suegras asesinadas. De esta manera, el cincuenta por ciento de su plan estará encaminado a un éxito absoluto. El resto dependerá de su capacidad de respuesta en la escena del crimen. Ya en el zoológico, luego de un largo paseo, coméntele a su esposo/a que nota cierta tristeza o melancolía en su suegra y exagere la rareza con la que mira a los pobres animales enjaulados. Establezca algún tipo de analogía entre la vida de los animales y la de su suegra para sembrar dudas sobre la posible depresión que pudiera estar atravesando. Propóngale a su suegra ir a comprar comida para que los chicos arrojen alimento a los guanacos que están siguiendo la caminata. Así, logrará que su familia se adelante y su suegra se pierda en el laberinto de mamíferos, reptiles y aves en cautiverio. Llegado el paseo al gran pozo que habitan los leones, asegúrese de que nadie esté observándolos. Un pequeño empujón bastará para que la vieja pase a mejor vida, los leones sacien su hambre voraz y usted corra con desesperación en busca de ayuda ante el estrepitoso intento de suicidio que acaba de cometer su querida suegra.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Mercado de Recuerdos



De toda crisis surgen grandes iniciativas. Así fue como nació mi primer y único gran emprendimiento acorde a este mundo capitalista en el que todo tiene un precio y hay consumidores capaces de pagar una interesante suma a cambio de cosas inútiles e innecesarias: "El primer mercado de recuerdos de zona Sur".
Para empezar debí lograr una clasificación adecuada para armar una vidriera llamativa en pos de atraer visualmente a los potenciales clientes. Esto demandó un intenso trabajo hasta que decidí resumir las categorías a dos: "malos recuerdos" y "recuerdos de vos". El problema, como suele ocurrir con todas las clasificaciones, fue que se superponían y me encontraba en la disyuntiva de no saber en qué caja colocar el recuerdo en cuestión.
Resuelto el primer inconveniente y organizados algunos recuerdos, la oferta resultó más amplia de lo esperado. El excedente de memorias, que parecían olvidadas pero habitaban mi cabeza, fue a parar a unos estantes de madera. Dos días tardó en secarse la pintura color pastel que elegí personalmente para decorarlos.
Al ver la vidriera casi terminada, noté que era imprescindible atrapar a los primeros compradores por el bolsillo. "Recuerdos desde $2", "Todo lo que está en mi memoria a precio de fábrica", "Lleve 5, pague 1", promocionaban los carteles improvisados a mano. De este modo, ya tenía el sexto sentido de mis potenciales clientes conquistado.
Entonces me dispuse a pensar las restantes estrategias comerciales previo a la inauguración de mi original empresa. El objetivo sería deleitar a los cuatro sentidos restantes: el olfato, el gusto, el tacto y la audición. El café y el chocolate fueron los aromas seleccionados para acompañar la melancolía de los recuerdos. La discografía completa de Carla Bruni haría lo propio para ambientar el lugar; y el tacto de los consumidores pondría a prueba la debilidad o fortaleza de los productos (ni el comprador más estúpido adquiere un bien sin antes certificar su estado).
No tardó en llegar el primer curioso y el boca a boca fue, como siempre, la mejor publicidad. Al cabo de unos pocos meses ya se habían vendido la mayoría de los recuerdos. Los primeros en irse fueron los más baratos, los que eran casi insignificantes. Por su parte, los clientes más pudientes optaron por aquellos recuerdos propios de nuestra rutina devenida en torbellino temporal. Se vendieron desayunos con mate cocido, encuentros en la estación, besos ininterrumpidos, discusiones telefónicas y reproches dilapidantes.
Apenas quedaba el portaretrato con nuestra foto y tus miradas cuando una viuda decidió paliar su angustia invirtiendo el dinero de la pensión del difunto en estos últimos productos. Con todos los recuerdos vendidos, mi vida empezó a cambiar, aunque rápidamente me percaté de que ese lugar, "El primer mercado de recuerdos de zona Sur", no era más que la consecuencia de un deseo que entonces se convertía en un nuevo recuerdo: olvidarte. Ante esta situación, las opciones se reducían a vender mi emprendimiento con su aroma a café, sabor a chocolate y Carla Bruni acariciando las paredes, incluida.
Pero, sin dudas, la fortuna estaba de mi lado. A tres días de ponerlo en venta, una joven adquirió el local. Con la plata, me fui a recorrer el mundo y los cientos de mercados de recuerdos que habían abierto sus puertas a partir de mi iniciativa. En una de las ciudades del viejo continente, llegué hasta un hermoso local anticuado con aroma a café y sabor a chocolate. "¡Qué dejavú!", pensé. Era tu mercado, donde vendías los recuerdos de nuestro amor. No pude evitar la tentación y te compré el fondo de comercio.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Traspapelar

¿Qué será de aquellos dos extraños que se amaron y se juraron amor eterno? ¿Dónde habrán guardado los recuerdos que se diluyen con el tiempo y se reviven en esta breve carta que vino a traspapelarse entre la correspondencia del viejo correo?



"Sé que estás pensando en mí como lo supe aquel noviembre
cuando empezamos a frecuentar la plaza del arcoiris infinito"

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Autoboicot




Tengo el plan perfecto para resolver este conflicto que vino a instalarse en mi cabeza desde que te vi: autoboicotear todo lo que nunca fue y podría llegar a ser de nosotros. Y en pos de lograr mi objetivo, me armé un pequeño instructivo con pasos a seguir para eliminarte del banco de suplentes en que te lucís con la camiseta puesta. La tarea resultó más simple de lo que esperaba. Con una pizca de memoria y dos o tres recuerdos en los que dejaste en evidencia tu absoluta ignorancia respecto del amor, alcancé el primer 10% para arrancar una suma de restas infinitas. A ese porcentaje se adhirió otro 40% que presume que todo esto no es más que la resurrección de una asignatura pendiente que se presenta en forma alcoholizada y entre luces tenues para limpiar viejas culpas. Y el resto, quizás lo más difícil de todo este asunto de idas y vueltas, es el eterno desencuentro que viene a neutralizar este abrupto tormento con la certeza de que vos, yo y nosotros son tres pronombres completamente incompatibles desde el vamos.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Desencuentro




Hay historias de amor que se escriben en el desencuentro. Ese desencuentro cómplice de un amor que nunca se concreta, pero que está latente. Tan latente que los involucrados se preguntan si no será ese, el desencontrado, el verdadero amor. Ese que crece a destiempo y en silencio se olvida por momentos, pero revive estrepitosamente cuando las miradas vuelven a cruzarse. Porque encontrarse no es el coincidir de los cuerpos en un mismo espacio, encontrarse es mucho más que esa casualidad que viene a desequilibrar el estado emocional obtenido con cuotas de terapia. Entonces se desmorona el castillo racional que servía de muralla para esa inexplicable catarata de sentimientos. Cuando las miradas se cruzan no hay argumentos para contrarrestar el daño colateral de esas bocas, presas de pasión, alejándose. Aunque quizás esa sea la clave. Hay historias de amor que se escriben en el desencuentro de ese deseo que se reprime para conservar su existencia.

martes, 9 de noviembre de 2010

Liturgia Funeraria

En plena liturgia funeraria apareciste con tu ex. Morocha, de ojos marrones, insulsa y con cara de aburrida devenida en cara perfecta para la ocasión. No supe que era tu ex hasta que al ponerme los anteojos pude comprobar que tenía ese lunar imperceptible en la mejilla izquierda igualito al mío. Pero como sos un tipo ubicado, vos que vas a los funerales ajenos con tu ex, no le dabas la mano ni le secabas las lágrimas a “ella que los funerales la sensibilizaban, sean de quien sean”.
Siempre que hablabas de tu ex, cerraba los ojos y con la bronca contenida en mi imaginación te estampaba la cara de un sopapo. Después los abría y disparaba mi sonrisa falsa, de la que hice uso y abuso mientras estuvimos juntos, porque te quería mucho hasta que hablabas de tu ex.
Y ahí estábamos los tres, por primera vez, en plena liturgia funeraria. Ella parecía no saber siquiera quién era yo. Eso me irritaba porque significada que a tu ex no le hablabas de tu ex como lo hacías conmigo. Esa práctica terapéutica gratuita nos fundió.
Lo que nunca dije, o tal vez alguna vez lo hice en un rapto de enojo voraz, es que desde un comienzo supe que volverías con ella. Volverías con la moracha, de ojos marrones, insulsa y con cara de aburrida que tiene el mismo lunar que tengo yo. Quizás por eso me elegiste, por el lunar, los hombres son así. Ni con la autoestima alta llegamos a comprender porqué nos elijen.
Entonces te acercaste con esa mirada dulce que alguna vez me había enamorado.
-¿Cómo estás?
-Bien, ¿Por qué viniste con tu ex?
-¿Cómo sabés que es mi ex?
-Por el lunar.
-Ahhh, sí, el lunar igual al tuyo.
-Sos un desubicado.
-Perdón, es que quería acompañarme. Los funerales la sensibilizan, sean de quien sean- repetiste.
-No cambias más, ehhh. Por suerte, te ahorraste el trabajo de tener que saludar a mi familia -dije moviendo levemente la cabeza de un lado a otro y volví a disparar mi sonrisa falsa.
Llegué a percibir tu enojo mientras me acercaba al féretro y trataba de digerir todo lo que no iba a decirte ese día ni nunca. De pronto, una mano fría tocó mi hombre. Era tu ex, llorando desconsolada, quien venía a darme el pésame.
-Salí de acá, hija de puta, no derrames tus lágrimas de cocodrilo sobre mi corazón- le dije mientras la empujaba con el brazo derecho para alejarla del cajón.
Vos me clavaste una mirada fulminante, de esas miradas que te suben la sangre a la cara, la agarraste de la mano con violencia y te fuiste. Nunca más volvimos a vernos.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Poema amante




Me quemo mirándote mientras tus manos,
suavidad de nube, me envuelven de prisa
y en la espera más dulce: nuestros labios
presos de ansiedad, perfecto equinoccio.
Es ese misterio que enciende tus ojos,
envueltos en deseo, amor y lujuria,
el nutritivo alimento de mi alma,
tan amante y amada como ninguna.


sábado, 6 de noviembre de 2010

Alfonsina, Horacio y el mar



“Maldito, me abandonaste, maldito”, gritaba aquella mujer en plena madrugada mientras hundía sus pies descalzos en la fría arena. Llevaba un vestido hueso, que exaltaba sus curvas renacentistas, por debajo de las rodillas. Caminaba bordeando la ribera, por momentos también saltaba, hasta parecía bailar con movimientos a destiempo mientras a viva voz, con la impunidad que consentía la playa en soledad, lanzaba al viento primaveral aquel reproche. De repente, oyó un ruido y enmudeció. Escuchó el bramar de las olas a lo lejos y miró a su alrededor: la extensión de tierra arenosa iluminada por la inmensidad del cielo colmado de estrellas y por la tenue luz que provenía de algunos faroles de la calle costera y ella. Se agachó suavemente hasta clavar sus rodillas en la arena mojada. Recibió la espuma del mar como el cálido abrazo de un amigo, aunque la piel de gallina ya había poseído su cuerpo. Sólo una ola bastó para empapar sus piernas y hacerla llorar. Las lágrimas brotaban sin piedad y sonreía y reía. Cada vez que se asomaba una ola, se lavaba la cara. Así sus lágrimas y el agua salada se confundían cubriéndole el rostro. De pronto, comenzó a rasgarse el vestido hueso. Gritaba. Las olas la iban alejando de la tenue luz. Se desgarraba el vestido, se golpeaba el pecho y se hincaba las uñas en las tres cicatrices de su seno derecho. Ahora aquel reproche se mezclaba con los gemidos y los agudos gritos de dolor. Se rasguñó hasta ver que estaba ahí, que había sangre, que estaba viva. Entonces, detuvo sus manos. Con calma, tomó un papel de su corpiño y lo arrojó al aire. Trató de seguirlo con la vista, pero las lágrimas y el viento lo hicieron desaparecer en un abrir y cerrar de ojos. Empezó a caminar para encontrarlo, con firmeza, mientras se ahogaba en llanto y volvía a reír. El oleaje la golpeaba una y otra vez, pero ella resistía. Su torso pálido y semidesnudo brillaba en medio de la oscuridad. Ella avanzaba cada vez más lentamente, resistía…resistía. El bramar de las olas resurgía con más violencia en cada paso.
En la calle costera un vagabundo disfrutaba de la noche. Miró hacia la playa. No había nadie. Rápidamente, un papel mojado y borroso fue a parar a sus pies. Se leía:
“Morir como tú, Horacio, en tus cabales,
y así como en tus cuentos, no está mal;
un rayo a tiempo y se acabó la feria...
Allá dirán…

No se vive en la selva impunemente,
Ni cara al Paraná.
Bien por tu mano firme, gran Horacio…
Allá dirán.

´Nos hiere cada hora -queda escrito-,
Nos mata al final´.
Unos minutos menos… ¿quién te acusa?
Allá dirán.

Más pudre el miedo, Horacio, que la muerte
que a las espaldas va.
Bebiste bien, que luego sonreías...
Allá dirán”.*
El mendigo lo guardó entre sus harapos. Al otro día, los diarios informaban que la poeta Alfonsina Storni se había suicidado.



*Sabato, Ernesto. Alfonsina Storni: Antología Poética. Buenos Aires, Editorial Losada, 1998, pág. 258.

**Fue otorgado a este cuento el 2do Premio del Concurso Literario "Las Mujeres del Bicentenario", organizado por la Escuela Superior de Formación Docente N° 102, el 3 de noviembre de 2010. El jurado estuvo integrado por los profesores Guillermo García, Dietris Aguilar, Miriam Boyer y Ana María  Abrea.

FOTOS: ALEJANDRA ARES OTERO Y ROCÍO TROYÓN.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Poema 17 --- Liliana Lukin



He deseado estar aquí y mi deseo
me enseña que si busco
la repetición del motivo
en el lugar del hecho, cruel
y el acecho aguarda como un virus
el placer de volver a ese lugar.

Como un virus ese deseo da
fiebres, alucinación, da lo buscado pero
se infecta de su propia desazón:
cada poema es un viaje hacia el desvelo
y el cuerpo sabe y grita por el eco
de una reparación a ese desierto.



Fuente: Teatro de Operaciones: Anatomía y Literatura.