viernes, 18 de febrero de 2011

Extraído de La Sombra del Viento --- Carlos Ruiz Zafón


-Creí que no ibas a venir- dijo Bea.
-Eso mismo pensaba yo- repuse.
Permaneció sentada, muy erguida, con las rodillas apretadas y las manos recogidas sobre el regazo. Me pregunté cómo era posible sentir a alguien tan lejos y, sin embargo, poder leer cada pliegue de sus labios.
-He venido porque quiero demostrarte que estabas equivocado en lo que me dijiste el otro día, Daniel. Que me voy a casar con Pablo y que no importa lo que me enseñes esta noche, me voy a El Ferrol con él tan pronto acabe el servicio.
La miré como se mira a un tren que se escapa. Me di cuenta de que había pasado dos días caminando sobre nubes y se me cayó el mundo de las manos.
-Y yo que pensaba que habías venido porque te apetecía verme.- Sonreí sin fuerzas.
Observé que se le inflamaba el rostro de reparo.
-Lo decía en broma- mentí-. Lo que sí iba en serio era mi promesa de enseñarte una cara de la ciudad que no has visto todavía. Al menos, así tendrás un motivo para acordarte de mí, o de Barcelona, dondequiera que vayas.
Bea sonrió con cierta tristeza y evitó mi mirada.
-He estado a punto de meterme en un cine, ¿sabes? Para no verte hoy- dijo.
-¿Por qué?
Bea me observaba en silencio. Se encogió de hombros y alzó los ojos como si quisiera cazar palabras al vuelo que se le escapaban.
-Porque tenía miedo de que a lo mejor tuvieses razón- dijo finalmente.
Suspiré. Nos amparaba el anochecer y aquel silencio de abandono que une a los extraños, y me sentí con valor de decir cualquier cosa, aunque fuese por última vez.
-¿Le quieres o no?
Me ofreció una sonrisa que se deshacía por las costuras.
-No es asunto tuyo.
-Eso es verdad- dije. Es asunto sólo tuyo.
Se le enfrío la mirada.
-¿Y a ti qué más te da?
-No es asunto tuyo- dije.
No sonrió. Le temblaban los labios.
-La gente que me conoce sabe que aprecio a Pablo. Mi familia y...
-Pero yo casi soy un extraño- interrumpí-. Y me gustaría oírlo de ti.
-¿Oír el qué?
-Que le quieres de verdad. Que no te casas con él para salir de tu casa, o para dejar Barcelona y a tu familia lejos, donde no puedan hacerte daño. Que te vas y no que huyes.
Los ojos le brillaban con lágrimas de rabia.
-No tienes derecho a decirme eso, Daniel. Tú no me conoces.
-Dime que estoy equivocado y me iré. ¿Le quieres?
Nos miramos un largo rato en silencio.
-No lo sé- murmuró por fin. No lo sé.
-Alguien dijo una vez que en el momento en que te paras a pensar si quieres a alguien, ya has dejado de quererle para siempre- dije.
Bea buscó la ironía en mi rostro.
-¿Quién dijo eso?
-Un tal Julián Carax.
-¿Amigo tuyo?
Me sorprendí a mí mismo asintiendo.
-Algo así.

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