viernes, 19 de noviembre de 2010

Mercado de Recuerdos



De toda crisis surgen grandes iniciativas. Así fue como nació mi primer y único gran emprendimiento acorde a este mundo capitalista en el que todo tiene un precio y hay consumidores capaces de pagar una interesante suma a cambio de cosas inútiles e innecesarias: "El primer mercado de recuerdos de zona Sur".
Para empezar debí lograr una clasificación adecuada para armar una vidriera llamativa en pos de atraer visualmente a los potenciales clientes. Esto demandó un intenso trabajo hasta que decidí resumir las categorías a dos: "malos recuerdos" y "recuerdos de vos". El problema, como suele ocurrir con todas las clasificaciones, fue que se superponían y me encontraba en la disyuntiva de no saber en qué caja colocar el recuerdo en cuestión.
Resuelto el primer inconveniente y organizados algunos recuerdos, la oferta resultó más amplia de lo esperado. El excedente de memorias, que parecían olvidadas pero habitaban mi cabeza, fue a parar a unos estantes de madera. Dos días tardó en secarse la pintura color pastel que elegí personalmente para decorarlos.
Al ver la vidriera casi terminada, noté que era imprescindible atrapar a los primeros compradores por el bolsillo. "Recuerdos desde $2", "Todo lo que está en mi memoria a precio de fábrica", "Lleve 5, pague 1", promocionaban los carteles improvisados a mano. De este modo, ya tenía el sexto sentido de mis potenciales clientes conquistado.
Entonces me dispuse a pensar las restantes estrategias comerciales previo a la inauguración de mi original empresa. El objetivo sería deleitar a los cuatro sentidos restantes: el olfato, el gusto, el tacto y la audición. El café y el chocolate fueron los aromas seleccionados para acompañar la melancolía de los recuerdos. La discografía completa de Carla Bruni haría lo propio para ambientar el lugar; y el tacto de los consumidores pondría a prueba la debilidad o fortaleza de los productos (ni el comprador más estúpido adquiere un bien sin antes certificar su estado).
No tardó en llegar el primer curioso y el boca a boca fue, como siempre, la mejor publicidad. Al cabo de unos pocos meses ya se habían vendido la mayoría de los recuerdos. Los primeros en irse fueron los más baratos, los que eran casi insignificantes. Por su parte, los clientes más pudientes optaron por aquellos recuerdos propios de nuestra rutina devenida en torbellino temporal. Se vendieron desayunos con mate cocido, encuentros en la estación, besos ininterrumpidos, discusiones telefónicas y reproches dilapidantes.
Apenas quedaba el portaretrato con nuestra foto y tus miradas cuando una viuda decidió paliar su angustia invirtiendo el dinero de la pensión del difunto en estos últimos productos. Con todos los recuerdos vendidos, mi vida empezó a cambiar, aunque rápidamente me percaté de que ese lugar, "El primer mercado de recuerdos de zona Sur", no era más que la consecuencia de un deseo que entonces se convertía en un nuevo recuerdo: olvidarte. Ante esta situación, las opciones se reducían a vender mi emprendimiento con su aroma a café, sabor a chocolate y Carla Bruni acariciando las paredes, incluida.
Pero, sin dudas, la fortuna estaba de mi lado. A tres días de ponerlo en venta, una joven adquirió el local. Con la plata, me fui a recorrer el mundo y los cientos de mercados de recuerdos que habían abierto sus puertas a partir de mi iniciativa. En una de las ciudades del viejo continente, llegué hasta un hermoso local anticuado con aroma a café y sabor a chocolate. "¡Qué dejavú!", pensé. Era tu mercado, donde vendías los recuerdos de nuestro amor. No pude evitar la tentación y te compré el fondo de comercio.

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