Los días para el olvido deberían estar incluidos en el calendario: lunes, martes, día para el olvido, miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo. Tendrían que variar semana a semana y no repetirse mes a mes, es decir, si un día para el olvido en los primeros días de mayo cae tras el lunes debe, necesariamente, evitar caer ese mismo día en junio. Podría ser hasta una cuestión solar o lunar; y aunque aún no esté comprobado, es seguro que así se garantizaría la ruptura de la odiosa rutina semanal que tanto agobia a los humanos.
El día para el olvido es como un domingo de lluvia, deprimente, triste, melancólico, angustioso. Ese domingo en que resucitan todos los fantasmas y la cabeza se vuelve un ping-pong de preguntas sin respuestas. Hay claves que profundizan la tendencia a estos días: dormir mal, encontrar la heladera vacía, tener frío, despertarse por culpa de una discusión subida de tono, reproducir la discusión al quejarse de la misma y el corte de luz indeterminado y sin velas. Estas señales pueden producirse conjuntamente o no y hasta provocar efectos colaterales según el temperamento de cada uno. Por eso, los días para el olvido se recomienda permanecer en cama durante largas horas, leer, mirar una película y tratar de despejar la mente con cualquier pavada que encuentre a mano. Hoy, mejor hacer borrón y cuenta nueva. Mañana será otro día.
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