sábado, 9 de octubre de 2010

Reminiscencias


Cada reminiscencia de aquel pasado comienza a invadir todo el espacio cuando me hundo en la oscuridad de mi habitación y el silencio me susurra al oído que ya no estoy. Entonces empiezo a indagar ese aroma que me transporta a la casa de mi abuela paterna, que siempre me entristecía, y el tufo a amoníaco esparcido en la vereda me vuelve a estrujar el cerebro. “¿Qué es ese olor?”, reitero por undécima vez y ante la undécima respuesta recuerdo la negación que tenía con esa sustancia compuesta por tres átomos de hidrógeno y uno de nitrógeno.
Con el tiempo, ese hedor se convirtió en una fragancia única: la fragancia de mi abuela paterna. La fragancia de mi abuela paterna que siempre te dice que sos una modelito. La fragancia de mi abuela paterna que siempre te dice que sos una modelito a vos y a todos lo que ve. La fragancia de mi abuela paterna que siempre te dice que sos una modelito a vos y a todos los que ve y que te acaricia los cachetes como nadie. La fragancia de mi abuela paterna que siempre te dice que sos una modelito a vos y a todos los que ve y que te acaricia los cachetes como nadie pero nunca te los aprieta. La fragancia de mi abuela paterna que siempre te dice que sos una modelito a vos y a todos los que ve y que te acaricia los cachetes como nadie pero nunca te los aprieta y que tiene esa risa contagiosa. La fragancia de mi abuela paterna que siempre te dice que sos una modelito a vos y a todos los que ve y que te acaricia los cachetes como nadie, pero nunca te los aprieta y que tiene esa risa contagiosa y que acusa a las enfermeras de robarle sus cosas. La fragancia de mi abuela paterna que siempre te dice que sos una modelito a vos y a todos los que ve y que te acaricia los cachetes como nadie pero nunca te los aprieta y que tiene esa risa contagiosa y que acusa a las enfermeras de robarle sus cosas y que todavía tiene el sentimiento tan encendido que se amarga cuando pierde Independiente. “Sí, vi el partido. Perdimos”, resume indignada mientras me pregunto cómo pasa las horas ahí y cómo pasaré las horas cuando tenga su edad, si podría vivir sólo por el anhelo de ver a mis hijos un ratito más y convencerlos de que cada uno es mi preferido y contagiar a todos con mi pícara risa. Así, como hace la abuela que ahora se topa con reminiscencias de su infancia.
Entonces, en un abrir y cerrar de ojos, desaparece esa angustia que siento cuando pienso que sobrevivir es lo peor que me podría pasar. Basta una frase para entender cómo va la vida. “Te acordás cómo tomaba grapa la abuela”, rememora y comienza a reír otra vez. Reminiscencias que se hacen recuerdos más vivaces que la propia realidad. Reminiscencias del amor, la tristeza y todo lo vivido abrigan el frío de ese cuarto lejano, cuya ventana es el pasaje a un pasado que se revive y la revive como una película filmada en cámara lenta que siempre vuelve a empezar.

1 comentario:

Ariel Caravaggio dijo...

Los abuelos tienen la capacidad de ser reales fuentes de inspiración. Siempre me gustó escuchar a la mía (me regaló anécdotas que ni nuestros amigos Julios -Verne y Cortázar- habrían sido capaces de imaginar), y nunca dejé de descubrir cosas atendiendo a sus reiterados, repetitivos pero certeros consejos.
De hecho, guardo los boletos del interminable viaje a Brandsen, adonde acompañé a mi abuela Victoria (por la reina) a visitar a su hermana hace unos meses, ferrocarril Roca y bondis raros mediante, como la muestra del día en que el tiempo y la historia se detuvieron por un rato.

Un día te cuento la historia de mis ancestros.