viernes, 8 de octubre de 2010

Verborragia matinal





Estuvo toda la noche dando vueltas en la cama y pensando cuáles serían las palabras indicadas para un momento tan trascendente en la vida. Uno no se enamora todos los días como tampoco se desenamora de la mañana a la noche, entonces él quería que cada palabra reflejara exactamente todo lo que estaba sintiendo en ese momento. “Que no sea exagerado, pero tampoco tibio. La idea es convencerla, que sienta lo que yo siento”, pensaba entusiasmado con esa ansiedad que le provocaba el tener que encontrar la frase acorde. Siempre le habían sobrado las palabras, pero esta vez era distinto. Él sabía que ese jueves de abril nada sería igual. “Como una bisagra”, creía. Los pensamientos se le mezclaban, igual que las conjugaciones verbales que tendría que emplear para que ella no volviera a malinterpretar su confesión como solía ocurrir cuando estaba entredormida y sin ganas de conversar, cualidad que le había valido el elogio de todos sus amigos. “Una mina que no habla apenas se despierta. ¡Vos sí que sos un afortunado!”, le repetía Tito cada vez que lo veía. Él sonreía para no aclarar que -por sufrir de  verborragia matinal- esa era una de las pocas características que le molestaban de la mujer que lo acompañaba desde hacía exactamente 14 meses y 23 días. 
Como de costumbre, esa mañana el despertador sonó a las 10. Ni un minuto después ya estaba enjuagándose los dientes mientras ella abrazaba la almohada para tratar de dormir un rato más. El chorro de agua contra el lavatorio no lograba acallar el latido de su corazón, que daba tumbos contra el pecho y el omóplato izquierdo... contra el pecho y el omóplato izquierdo como queriendo escapar del cuerpo. “Las palabras correctas”, se repetía mirándose al espejo. Dio media vuelta, asomó la cabeza por la puerta que acababa de atravesar hacía medio segundo y, finalmente, le inyectó el veneno: “Desearía no haberte conocido”.



No hay comentarios: