jueves, 28 de octubre de 2010

Hipoclorito sódico


Sobrevivir en esta selva no es tarea fácil como no fue fácil asumir que ese asunto sería sólo mi responsabilidad. Pero debí hacerlo, como todo en este desolado ecosistema repleto de verde y animales exóticos, obligada por una serpiente que me inyectó su veneno cuando dormía junto al árbol. Pero no supe que era venenosa hasta que empecé a sentir que se deshacía mi alma cuando caminaba hacía el río para enjuagarme la cara. Se deshacía lentamente como si cada gota incolora y con sabor a sal fuera hipoclorito sódico. Daba cinco pasos y el río se alejaba otros cinco, se hacía inalcanzable; mientras las lágrimas brotaban acompañadas por una respiración entrecortada. Entonces decidí detenerme y descansar, atribuyendo el aturdimiento a la noche de insomnio provocado tras la interrupción del animal rastrero. Me senté entre los cañaverales, tapé mis ojos con las manos llenas de tierra y su olor refrescante me perforó el pensamiento hasta dejar mi mente en blanco. Por un instante eterno, me olvidé de la víbora, del veneno, de mi alma y del río. En mi imaginación apareció esa imagen que me llevó a jugar el juego de la selva para olvidar, para olvidarte, para entender que sobrevivir acá no es tarea fácil como no fue fácil asumir que ese asunto sería sólo mi responsabilidad. Apareciste vos, alejándote como el río. Cada paso de mis pequeños pies era un paso de los tuyos, cada mirada implorando silencio era una palabra de tu boca que atravesaba mi memoria como un doloroso recuerdo, cada intento para alcanzarte con mis manos era tu cuerpo dándome la espalda sin razón. Apareciste vos, alejándote como el río mientras mi alma se deshacía con cada lágrima.

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