Desperté queriendo despertarme despertándote a besos. Y aunque vos sólo pensabas que era cuestión de insomnio irresoluble, mi despertar -anticipando siempre al maldito despertador- era pura estrategia. Durante esos quince minutos entre el tic-tac del reloj y el sol anunciándose por la ventana, podía contemplarte en calma. Me gustaba mirarte y escucharte balbucear palabras sin sentido, dar vueltas en la cama tratando de despertarte intencionalmente sin culpa, acariciarte suavemente la cara con mi respiración y observar tu queja entredormida e imperceptible. Desperté queriendo despertarme despertándote a besos, y comprendí que los recuerdos más hermosos también son los más tristes.
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