Y: ¿Qué pasa? ¡Son las 4.30 de la madrugada!
P: Me voy.
Y: ¿Por qué? ¿Qué pasó?
P: (mostrando el folleto) Acá dice que este Corazón ofrece alojamiento para penas en cómodas cuotas de tristeza y desbordado en llanto, pero ya no es así...
Y: ¿No?
P: No. Durante los primeros meses el servicio fue de una excelencia inigualable, pero ya hace un tiempo las penas se empezaron a marchar y me fui quedando sola.
Y: Pero vos dijiste que no te interesaba andar haciendo amigos por la vida...
P: No, no me interesa, apenas compartí algunas charlas y una que otra partida de truco los domingos por la tarde, pero nada de andar haciendo amigos.
Y: Entonces, ¿por qué te querés ir?
P: Porque Corazón quiere estar ocupado y lo entiendo, es la lógica del mercado, pero con esa idea capitalista de obtener ganancias a cualquier costo empezó a ocupar las habitaciones con alegrías.
Y: Bueno, quizás estás exagerando, tal vez no es tan terrible. Corazón es así, le abre las puertas a todos los sentimientos, por eso en el pueblo lo quieren tanto.
P: A mí no me interesa cómo es Corazón, yo vine a ofrecer mi servicio a cambio de otro servicio. Y no sólo no se está cumpliendo, sino que tengo que soportar que las alegrías me anden coqueteando todo el tiempo. Lo más saludable para todos es que me busque otro lugar y se acabó el problema. Me dijeron que del otro lado de las vías, en el pueblo aledaño, viven algunos corazones melancólicos y colmados de penas como solía ser éste...
Y: Mmm... no sé...sí, puede ser, es probable que encuentres alguno.
P: ¡Perfecto! ¿Sabrías indicarme cómo llegar?
Y: Sí, pero... ¿Las penas son contagiosas?
P: Ehhh... ¿Y eso a qué viene?
Y: Vos contestame y yo te digo cómo ir.
P: ¡Siempre la misma preguntona! Sí, pero solamente algunas son contagiosas, las que nacen en corazones fríos.
Y: Ahhh...¿Y hay alguna forma de saber cómo es un corazón? Digamos, ¿yo puedo saber cómo es el mío u otro que me cruce en el camino?
P: Sí. Hay dos modos: o se lo preguntás, aunque apelando a la palabra del alma corrés el riesgo de que te mienta si tiene la intención de contagiarte su amargura; o, la forma que nunca falla, mirás al corazón a los ojos.
Y: (sonríe)
P: No te burles. ¡Es verdad!
Y: Sí, te creo. Me alivia saber que es así. Creo que hace poco descubrí un corazón que no contagia penas.
Y: Bueno, che, tampoco me digas así. Si estás disconforme reclamale a Corazón, yo no tengo nada que ver, sólo me ocupé de imprimir el folleto.
P: Está bien. Decime cómo llegar a algún corazón acorde a mis expectativas y terminemos con esto.
Y: Es sencillo. (señalando la esquina a la derecha) Hacés tres cuadras por esta calle, doblás a la izquierda y en la que sigue a la derecha. Ahí salís a la avenida principal, le das todo derecho hasta Camino de los Corazones Descorazonados y por esa hacés unas 20 cuadras. Ahí te vas a chocar con la vía -tratá de que no te agarre la barrera porque tarda un siglo-, seguís derecho y a un par de cuadras vas a encontrar el centro del pueblo vecino. P: ¿No hay un camino más directo?
Y: Mmm... sí, también podés ir por la Avenida de los Corazones Rotos, pero está llena de baches y lomos de burro, es un desastre. Dicen que la semana pasada se cayó una pena en un pozo y estuvieron como 15 horas para reanimarla.
Y: De nada. ¡Buen viaje! Y ojalá, no lo tomes como algo personal, hasta nunca.
P: (ríe) Está bien. Hasta nunca. Disfrutá de las alegrías.