A la mañana todo lo que la noche anterior parece posible, real y lógico decanta siempre en la misma conclusión: una total y absurda estupidez fruto de la desesperación por el sueño que anda rondando, pero no termina de llegar. Sin embargo, ese día fue diferente. Rafael me siguió pareciendo un nombre acorde a los rasgos de aquel extraño e incluso una forma práctica para hacer referencia a él, aunque no existiera más que una sola persona en el mundo con la que pudiera ser monotemática hasta el hartazgo y un poco más. Y esa persona estaba ahí riéndose a carcajadas de mis contradicciones, sentada frente a mí en una de las mesas junto a la ventana de Rouge, un barcito de Flores que habíamos empezado a frecuentar hacía un par de meses.
Adri es la única persona a la que le cuento mi vida sin reservas y por la que podría poner las manos en el fuego sin miedo a quemarme. No voy a extenderme contando que nos conocimos en el jardín de infantes, porque no viene al caso, pero hay algo que siempre rescato porque creo que la describe de pies a cabeza y es que ella fue la única que me defendió cuando me negué a jugar en el rinconcito de la cocina. Ella defendió quizás una de las primeras decisiones que tomé en mi vida sin importarle cuáles eran mis motivos para hacerlo (porque todos sabemos bien que entonces no me preocupaba eso que ahora se nos da por llamar machismo y feminismo).
Después de una larga charla, tres cervezas y más dudas que antes de empezar nuestra terapia de grupo, nos fuimos a su casa, esa que ya no compartía con Nico, pero que todavía estaba colmada de posters de Boca Juniors. Adri me pidió que me quedara esa noche por si le volvía "esa sensación espantosa de querer tirarse por la ventana". Sabía que esa frase no era más que una infantil arma de manipulación que le funcionaba conmigo, pero acepté sin problemas porque el último tren a Banfield había pasado hacía más de media hora y desde su casa estaba mucho más cerca para ir al trabajo. "Parecemos dos adolescentes, dormimos juntas como a los 13", le dije entre risas antes de cerrar los ojos y poner cola con cola para ir a dormir.
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