Me pedís que siga escribiendo, que la felicidad de nuestros días no opaque esa escritura que te deleita sólo porque aún no podés ver los defectos que se esconden en cada letra. Entonces me siento e intento recuperar el pulso y la inspiración, pero no hay palabras que describan el sabor de tu boca ni esa sensación de colgar de tus labios sin temor. De todos modos, lo intento una y otra vez, y vuelvo a caer en la monotonía de lo cursi, lo infantil, y me gusta porque ahora es diferente, real y eterno como siempre lo soñé.
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