H: ¡Buenos días, Señor!
D: Buenos y santos, ¿en qué lo puedo ayudar?
H: Mmm... estoy buscando un novio.
D: ¿Eso es todo?
H: Sí.
D: ¿Algún requisito? ¿Rubio o morocho?
H: Es lo mismo, Señor.
D: ¿De qué estatura?
H: En lo posible más alto, pero si es bajo está bien también.
D: ¿Gordo o flaco?
H: Mientras sea un hombre sano.
D: ¿Alguna nacionalidad en especial?
H: No tengo problemas con eso, Señor.
D: ¿Negro o blanco?
H: Lo que usted disponga está bien para mí, lo esencial es invisible a los ojos.
D: ¡Me parece muy bien! ¿Activo o pasivo?
H: (sonrojándose) ¡Señor, qué dice, por favor, baje la voz! No es el deseo carnal lo que me trajo hasta acá.
D: A mí no me engañe que yo entiendo de estas cosas.
H: Pero... ¡¿usted...?!
D: No pasa nada, en mi Casa nadie escucha. Diga nomás...
H: ¿No era que el Espíritu Santo...?
D: Pero, por favor, hombre, no sea ingenuo. Si los hice a semejanza. Piense un poco.
H: Entonces..., ¿usted estuvo con María? (haciendo el gesto con las manos)
D: ¡Cruz Diablo! Mire lo que me hace decir. No, hombre, José se ocupó del trabajo sucio.
H: (dubitativo) Entonces, ¿por qué dice que entiende de estas cosas?
D: A veces son cuadraditos ustedes. Se la pasan discutiendo si existo o no, si soy hombre o mujer, pero nadie jamás se pregunta si soy gay.
H: ¿¡Cómo!? Pero eso de que lo natural entre el hombre y la mujer es...
D: (interrumpiéndolo) Haz lo que yo digo, no lo que yo hago. ¿No es así el refrán?
H: Sí, pero... entonces, ¿sos gay, Señor?
D: Lo dejo a tu criterio (guiñándole un ojo).
H: ¿Activo o pasivo?
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