"Existe demasiada tensión en los corazones humanos, demasiada pasión, demasiado deseo de venganza. Miremos dentro de nuestros corazones: ¿qué es lo que encontramos? Pasiones que el tiempo sólo ha conseguido atenuar, pero no apagar. ¿Con qué derecho esperamos algo distinto del mundo, de los demás? Nosotros dos, sabios y viejos, ya al final de nuestra vida, también deseamos la venganza... ¿la venganza contra quién? Del uno contra el otro, o de los dos contra el recuerdo de alguien que ya no existe. Qué pasiones más estúpidas. Y sin embargo, están vivas en nuestros corazones...".
"...La mujer que has escogido está sentada, inmóvil, en un rincón, mirándote. Son capaces de permanecer sentadas así, inmóviles, mirándote, durante horas. Al principio no prestas atención. Luego te pones nervioso y le ordenas que salga. Pero tampoco sirve: sabes que continúa sentada en otra parte de la casa, en otra habitación, y que te sigue mirando incluso a través de las paredes. Tienen los ojos castaños, muy grandes, como los perros tibetanos, esas bestias taciturnas que son las más insidiosas de la tierra. Te miran con sus ojos brillantes, tranquilos, y vayas por donde vayas, sientes su mirada encima, como si alguien te estuviese persiguiendo con unos rayos maléficos...".
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