Jamás había sentido tanto miedo. Estaba enajenado, fuera de sí. Por primera vez era un hombre desconocido para mí, irreconocible. Su rostro se había transformado en un segundo y su mirada me laceraba con un odio recalcitrante que parecía provenir de lo más profundo de sus entrañas. Esa noche no pude dormir. En mi mente no dejaban de rondar las posibles justificaciones para entender su abrupta e inesperada reacción. Los golpes que resonaban en la puerta de chapa volvían a mi cabeza como una batucada de desesperación. Definitivamente, ya no éramos aquella pareja feliz que soñaba con envejecer tomados de la mano. Algo había cambiado entre nosotros y aquella vez fue sólo el principio de mi pesadilla.
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