Hace dos años te fuiste, pero el olor a amoníaco todavía resucita tu risa de niña traviesa. Escapando de la razón le hiciste frente al dolor y con tiernas caricias sanaste las heridas de su media orfandad. Los soles de enero, mayo y julio fueron siempre uno para vos, por eso nos dejaste en primavera. Hoy, los cálidos rayos del verano, la incandescente resolana del otoño y el fraterno cobijo del invierno te extrañan más que nunca, como estos brazos que añoran estrecharte una vez más. Te quiero, abuela.
27-10- 2011 / 23-09-2013