"Quizás quiera que la cuerda se corte", dijo. Y esas palabras bastaron para romperle el corazón en un segundo, y en un segundo los minutos, las horas y los días de amor se desvanecieron. El hombre sin corazón ya no guardaba ningún secreto. Todo estaba escrito. Una vez más se repetía la historia. Recogió sus cosas, la poca dignidad que quedaba entre sus lágrimas, y se fue. Jamás lo volvió a encontrar hasta aquel día. Él la vio entre la multitud y corrió a detenerla para darle la explicación que ameritaban los tres años de idas y venidas. Al alcanzarla, la tomó del brazo obligándola a darse vuelta. Ella quedó atónita, empalideció de repente. Antes de que pudiera pronunciar una palabra, él le confesó: "Nunca quise hacerlo, pero mi orgullo fue más fuerte. Todavía te espero". Ella hizo una mueca inexplicable y respondió con ironía: "Quizás yo quería que la cuerda se corte". Al terminar de decirlo, ya se alejaba entre la gente con una sonrisa y el corazón roto. Jamás lo volvió a ver.