Correr las sombras. Esquivar personas sin sonrisas ni tristeza. Correr el tren. Lanzarse a saltos que cortan el viento al ras del suelo para alcanzarlo. Correr el día y la noche. Despertar a las tres de la madrugada, mirar el reloj, dormir y reabrir los ojos a las cinco y media. Desesperar por el tiempo que avanza entre insomnios lascivos. Correr el desayuno. Encender al máximo el fuego, la leche que no hierve y apurar la tostada sin dulce que enriquezca esta amarga rutina. Correr la lluvia. Cerrar las ventanas y perderse la frescura de la tierra húmeda invadiéndolo todo. Correr el ocio. Ver un zapping de entretenimiento invisible. Correr la amistad. Sumar amigos sin identidad en un mundo de conexiones infinitas. Correr, correr… correr a prisa, sin detenernos. No parar, no mirar alrededor. No reconocernos en aquellos que corren, corren a prisa, sin detenerse. Correr, correr hasta ese punto donde volvemos a empezar. Correr, correr, a ningún lugar.