lunes, 28 de enero de 2013

------- Entrega IV


-Tomasa, bajate ya de ahí. Un día de estos te voy a revolear por la ventana, no te subas más te dije.
Miaaauuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu.



Te llamé tres veces ya, ¡para qué mierda tenés contestador si no lo vas a usar! Holaaaaaaaa, holaaaaaa, ¿todavía no llegaste a tu casa? ¿estás haciendo horas extras en la oficina? (risas) Dale, turrita, atendeme. Ya hablé con Diego. Me mudo este fin de semana. Llamame en cuanto llegues. 

----------------

¿Cuándo hablo, pa? Sí, ya hizo el piiip. Hola, soy yo, mamá... Seguro que estás con mucho trabajo, mi amor. Llamame que papá te extraña. Te hice unas milanesas para chuparse los dedos. Vení a buscarlas cuando quieras, pero si podés hoy mejor porque están fresquitas. Te amo. Mamá.

----------------

Loca, este jueves tocamos en Capital. No tenés excusa para venir. Fabi viene con Gus. Decile a Wally. Abrazo. El caballero de la triste figura (risas).

----------------


Holaaa, amor, ¿no llegaste todavía? Llamame cuando puedas. 


----------------

-¿Qué hacés?

-Sí, recién llego.

-Todo tranquilo, ¿qué? ¿acá? ¿es un chiste?

-No, Adri, no te enojes, pero ni loooca. Ya sabés que soy medio jodida.

-Sí, ya sé, perdón, es que estoy con la cabeza en otra cosa.

-Sí.

-Sí, qué sé yo…

-No sé, pienso, pienso, no sé, me dejó pen…

-Sí, me da un poco de culpa, no sé por qué, quizás debería contarle a Wally, ¿no?

-Que hablé con un extraño…

-No, no se lo diría.

-Pero es distin… sí, ya sé, pero bueno, siento que le estoy ocultando algo.

-Bueno, sí, te ayudo.

-No, el domingo.

-¿Y Diego qué dice?

-¿En serio? Uh, la vieja te va a hacer un gualicho.

-No te enojes, es joda, me tenté.

-Ok.

-¿Qué decís? ¿Le digo a Walter o no?

-Lo del tipo del tren, Adri.

-Ok.

-Sí, mañana, miércoles.

-Dale, a la noche, pero tipo nueve.

-Bueno, te dejo así llamo a Walter.

-Chaucito.

-Hola, amor, ¿estabas comiendo?

-Ahhh, como tardaste en atender...

-Sí, recién llego.

-Todo tranquilo, ¿vos?

-Buenísimo, qué bien, ¿y cuándo viajarías?

-Sí, me llamó porque tocan el jueves.

-No hay problema, ya sabe que no vas a venir.

-¿Vas a pasar las fiestas allá?

-Ah, claro, bueno es lo mismo igual, sólo preguntaba.

-Bien, mucho trabajo...

-No, nada que ver, debe ser el cansancio.

-Sí, ahora como algo y ya me acuesto. 

-Yo también. Dale, qué descanses, mañana hablamos.

-Mamiiiiii, ¿qué hacés?

- Ah, hola, pa, ¿están cenando?

-Bueno, dale, paso un rato.

-Yo también. 



miércoles, 23 de enero de 2013

Que todo es igual


Y él dice que es lo mismo, que nada cambió, que todo es igual. Y vos sentís que es mentira, que hay algo oculto en sus ojos imposible de descifrar. Y él dice que son puras ilusiones, que todo está bien, que no hay razones para llorar. Y vos sentís que ya no es igual y una nube extraña se posa sobre tu nariz y no te deja ver lo que hay más allá. Y él dice que sos artista, celosa, irracional. Y vos sentís que él es frío, distante, inexpresivo. Y él dice que sos exagerada y dramática. Y vos sentís que él todo lo minimiza a una simple escena femenina. Entonces se empieza a abrir una brecha y el orgullo se cuela por las paredes resquebrajadas hasta arañar las sábanas. Y en la noche más inesperada, ya no son dos, ya no suena el teléfono ni hay reproches pendientes rondando en tu cabeza. Pero él ya no dice que es lo mismo, que nada cambió, que todo es igual.

lunes, 21 de enero de 2013

------- Entrega III


Walter era un loco lindo de La Plata, especialista en hacerme reír y cinéfilo. Él decía que el cine es la única forma de hacer realidad todas las fantasías del hombre en menos de dos horas. Siempre me gustó esa frase que no olvidaba repetir en cada reunión familiar. Amaba los perros, la cerveza con granadina y estaba obsesionado con la organización. Hacia tres años que éramos novios y todavía no habíamos compartido un fin de semana improvisado o simplemente haciendo nada. Realmente odiaba esa herencia de no dejarse sorprender y su exagerada valoración de las distancias, razón por la que a excepción de alguna fecha especial nunca nos veíamos durante la semana. Jamás logramos ponernos de acuerdo en la diferencia teórico-práctica entre querer y amar, discusión que nos valió más de un mes sin dirigirnos la palabra. Y el tiempo pasa y cuando te querés dar cuenta ya no te mirás, no te reís, no te tocás ni te reconocés en el otro. No hay más que decir, como si el amor hubiera quedado en el camino agobiado por los deseos frustrados y el miedo a decir hasta nunca. Walter era un loco lindo de La Plata devenido en costumbre.

lunes, 14 de enero de 2013

------- Entrega II

Nos conocimos el lunes 17 de octubre de 1988, día peronista, pero él aseguró entender nada de política, así que evitamos las conversaciones protocolarmente incorrectas. Yo estaba desesperada por encontrar un asiento libre en el tren de Constitución a Banfield. Había caminado todo el día en busca de una traducción de Flash y volvía con las manos vacías porque, según me había dicho el único librero que sabía de qué hablaba, ni siquiera existía para ese entonces.
        En medio de mi desesperación y con mi atolondramiento característico a cuestas, me llevé por delante una espalda mientras trataba de evitar tropezar con las piernas estiradas de un señor que parecía disfrutar de un plácido sueño cuando el tren todavía no había arrancado.
-¿Saramago?- dijo al levantar mi libro del suelo y acercarlo a mí.
-Sí-respondí sin mirarlo y dando una breve sonrisa al aire en gesto de agradecimiento.
-¿Es bueno?
-Mmm... Eso es muy subjetivo- opiné mientras descubría unos ojos marrones intensos escudriñándome.
-¿Y qué dice tu subjetividad?
-(Que me dejes seguir buscando un asiento) Que es uno de los mejores, sin dudas.
-¡Qué bien! De los que leí, yo prefiero Tierra de Pecado.
          (Eso me gusta). Sin pronunciar palabra volví a regalarle una pequeña sonrisa, ya más sincera. Así pasó el viaje, las cinco estaciones volaron entre Saramago, Cortázar, el paso del tiempo, una hermosa metáfora sobre el amor y el fútbol y mis piernas agotadas. 
-Me bajo acá. Gracias por la charla- interrumpí alzando mi mano y alejándome justo cuando un silencio incómodo se asomaba en nuestra conversación.
-Fue un placer. Nos vemos- dijo cortésmente levantando su mano derecha.
            Ese 17 de octubre de 1988 me acosté pensando en él, en ese extraño del tren de quien ni sabía el nombre, pero ya parecía conocer todos sus gustos literarios. 
         Al otro día, como todos los días, la rutina laboral me esperaba nuevamente con una interminable pila de trámites de la editorial por resolver, pero lo peor era tolerar la arrogancia de los pseudos Fogwills que dejaban su tarjeta personal (¿dónde se vio un escritor con tarjeta personal?) en mi escritorio, como si yo fuera la responsable de que el reverendo hijo de puta de mi jefe hiciera una selección a dedo, porque era hijo de puta, pero no estúpido, sabía de literatura y quizás eso era por lo único que ya cumplía mi quinto aniversario laboral en ese sucucho de Tribunales.
        Al salir de la editorial, casi sin darme cuenta, volvió a mí el extraño del día anterior. ¿Dónde se bajaría él?- pensé- quizás es de Lomas o me lo vuelvo a cruzar en el tren. Hice un intento por recordar a qué hora había subido, pero no podía saberlo porque no había prestado atención a ese detalle cuando sólo me interesaba sentarme. Entonces hice un recuento rápido. (Si mis cálculos no fallan, llegué a mi casa aproximadamente a las 20.15. Tengo media hora en colectivo, lo habré esperado quince minutos, más siete de caminata: las siete). Miré el reloj de Constitución: eran las seis. Por un segundo pensé en hacer tiempo, pero inmediatamente me di cuenta de que era una locura. ¿Qué le iba a decir a Walter? Seguí caminando y subí al tercer vagón del segundo andén.

lunes, 7 de enero de 2013

------- Entrega I

Jamás había sentido tanto miedo. Estaba enajenado, fuera de sí. Por primera vez era un hombre desconocido para mí, irreconocible. Su rostro se había transformado en un segundo y su mirada me laceraba con un odio recalcitrante que parecía provenir de lo más profundo de sus entrañas. Esa noche no pude dormir. En mi mente no dejaban de rondar las posibles justificaciones para entender su abrupta e inesperada reacción. Los golpes que resonaban en la puerta de chapa volvían a mi cabeza como una batucada de desesperación. Definitivamente, ya no éramos aquella pareja feliz que soñaba con envejecer tomados de la mano. Algo había cambiado entre nosotros y aquella vez fue sólo el principio de mi pesadilla.